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Calderón de la Barca representa la culminación del desarrollo del teatro barroco protagonizando un cambio en las condiciones escénicas comparable al ocurrido con Lope de Vega. Las tramoyas, máquinas, música, etcétera, adquieren un desarrollo espectacular. Uno de los aspectos fundamentales es la integración de la música en el conjunto de las obras, donde es fundamental la influencia de la tradición italiana, que se manifiesta, por ejemplo, en la alternancia de canto y recitativo.
A su muerte, Calderón deja cerca de ochenta autos sacramentales, más de ciento veinte comedias y numerosos entremeses, aparte de textos ocasionales, como aprobaciones o poesías sueltas. Los temas básicos de los autos calderonianos fueron la peripecia de Cristo hecho hombre, triunfando de la muerte, y la del hombre doliente, que busca remedio a sus culpas por la gracia y por la penitencia.
1.12. La prosa de ideas - Quevedo y Gracián
Sus mejores representantes fueron Quevedo y Gracián. El pensamiento de Quevedo evoluciona desde sus primeras obras (Los Sueños) a las últimas (La hora de todos), de la intención satírica a la mayor abstracción moral. En Los Sueños es bien patente su propósito de rebajar valores de la vida humana, presentando todas sus imperfecciones y defectos. La obra despertó los recelos de los censores, que vieron con disgusto la mezcla de cosas sagradas y grotescas, y exigieron del autor que sustituyera los nombres sacro–cristianos por otros pagano–mitológicos. Quevedo quería publicar sus Sueños en 1610; pero el censor dictaminó en contra de su publicación, considerando irreverentes algunas de las citas que había en ellos de las Sagradas Escrituras. Tras un cierto forcejeo, la censura aprobó finalmente su publicación en 1612, y entonces aparecieron sendas ediciones en los reinos que componían la Corona de Aragón (Aragón, Cataluña y Valencia). En Castilla no se publicaron, sin embargo, hasta quince años más tarde, en 1627, por el tiempo en que se vio metido en la apasionada polémica por el patronazgo único de Santiago. Esta obra alcanzó gran divulgación y renombre; pero Quevedo, presionado por el Santo Oficio, tuvo que hacer una edición expurgada de Los Sueños (Madrid, 1631), en que éstos cambiaron el título y además iban acompañados de otros trabajos. Esta edición llevaba el título de Juguetes de la niñez.
En La Política de Dios y Gobierno de Cristo, la obra que en vida del autor tuvo más ediciones, formula Quevedo su ideario político, defendiendo la doctrina de que tanto el Estado como el individuo deben someterse en su conducta a las normas morales.
En fantasías morales como El entremetodo, la dueña y el soplón y, sobre todo, La hora de la locura, Quevedo acentúa los elementos monstruosos y deformes de su arte convirtiendo la burla en violenta caricatura.
La prosa de ideas alcanza su mejor expresión en el moralismo escéptico de Baltasar Gracián. Gracián tuvo problemas con la censura. Cuando empezó a publicar lo hizo bajo el seudónimo de Lorenzo Gracián y sin permiso de sus superiores. Le fue tolerado, incluso cuando publicó de la misma manera El político D. Fernando el Católico (Zaragoza, 1640); Arte de ingenio (Madrid, 1642) y su versión revisada con nuevo título Agudeza y arte de ingenio (Huesca, 1647). Sin embargo, cuando a despecho de las advertencias publicó las tres partes de El criticón (Zaragoza, 1651; Huesca, 1653; Madrid, 1667) sin permiso y bajo el antiguo seudónimo –aunque, quizás con la esperanza de ablandar a sus superiores, tuvo el cuidado de someter a su aprobación su obra devota El comulgatorio antes de ser publicada en 1655 (Zaragoza)–, fue reprendido severamente, privado de su cátedra de Escritura y enviado a cumplir penitencia a Graus en 1658. Aunque su posterior traslado a Tarazona significó cierta rehabilitación, su disgusto fue tal que intentó abandonar la orden. Le fue negado el permiso y murió en diciembre de 1658.
Las obras de Gracián están presentes en Europa desde muy pronto. Apenas se publican en el siglo XVII, empiezan a traducirse y poco a poco van apareciendo en todas las lenguas del continente. En la vanguardia de esas traducciones aparece Francia, donde ya en 1645 se publicó una traducción de El Héroe; más tarde, en 1684, se publicó en París con el título de L'Homme de coeur, una traducción del Oráculo manual y arte de prudencia. A partir de ahí Gracián va a ser conocido en Inglaterra, Italia y Alemania, hasta convertirse hoy –después de Cervantes y Galdós– en uno de los tres escritores españoles más leídos y traducidos de todo el mundo.
2. Categoría de axiologia
2.1. Noción y despliegue de axiologia
Axiologia, llamada también teoría de los valores (de axios, valor), abarca, por una parte, el conjunto de ciencias normativas y, por otra, la crítica a la noción de valor en general. Por eso, lo que primariamente nos interesa es saber qué es el valor.
Subjetivamente el valor es el carácter que reviste una cosa al ser más o menos apreciada. Objetivamente es el carácter de las cosas que merecen mayor o menor aprecio o que satisfacen cierto fin. El primer uso técnico de la noción de valor proviene de la economía política y de ella ha pasado sobre todo por influjo de Nietzsche al lenguaje filosófico, concretamente a la axiología. Estudiaremos temáticamente el despliegue de la axiología.
Los precursores: tensión entre subjetivismo y objetivismo axiológicos. La axiología se despliega propiamente en el siglo XIX. Mas no por eso dejó de ser antes preocupación de los filósofos el problema del valor. Se suele mencionar a Protágoras, Platón, S. Agustín, S. Tomás, Hume, Kant, como testimonios de ello. Pero la distinción entre ser y valer, por una parte, y la captación del valor por el sentimiento, por otra, fueron las tesis que marcaron el hito de la axiología como escuela filosófica moderna. Los verdaderos precursores de la axiología, en el sentido apuntado, han sido Lotze, Nietzsche y Brentano.
K. H. Lotze sostiene que junto al mecanicismo se da una finalidad, la cual utiliza las causas mecánicas como instrumentos hacia una configuración superior de sentido. Su postura objetivista y antikantiana le lleva a empalmar con Platón, admitiendo que a los valores de la conciencia moral les compete un valer objetivo, independiente de la experiencia, como imperativos éticos. Los valores, al igual que las verdades eternas platónicas, necesitan determinantes empíricos externos para que se hagan conscientes a nuestro espíritu. Pero su existencia no es debida a la experiencia, ni a la costumbre, sino que figuran como contenidos de razón. La metafísica comienza en la ética: «Los valores no son, sino que valen».
F. Nietzsche enseña el valor preferente de los impulsos vitales sobre la razón, así como la subversión de todos los valores y el culto del individuo de gran estilo (superhombre). Lo bueno es lo noble: lo que cuadra al carácter y a la raza del superhombre. Lo malo es todo lo que está a tono con el esclavo y el débil. Sólo aquel que es creador sabe lo que es el bien y el mal, puesto que hace creadoramente que lo uno sea bueno y lo otro malo. La historia es una dinámica de creación y aniquilamiento de valores. Tres son los puntos fundamentales de su axiología: primacía del valor sobre cualquier otra noción; origen del valor en la voluntad de poder; vigencia de la tabla de valoresestabilizada al ser transmutados todos los valores para todo hombre. Pero es la figura decisiva de F. Brentano la que más influiría en la formación de la axiología. La intencionalidad de la conciencia le permite pasar del examen de la vivencia al objeto al cual esa vivencia se refiere. A partir de aquí descubre normas objetivas para el conocimiento y la voluntad. Clasifica las funciones psíquicas en «representación, juicio y sentimiento». La representación es objeto del juicio y del sentimiento. El juicio discierne la verdad. El sentimiento estima el valor. El valor se refiere al sentimiento del mismo modo que la verdad al juicio. Los valores se fundan sólo en el acto valorativo; el cual no es un proceso racional, sino emocional. El amor posee una peculiar inmediatez de evidencia como criterio acertado. De aquí arrancarían las teorías de Meinong y Ehrenfels.
La axiologia de A. Meinong es subjetivista: para él, una cosa tiene valor cuando nos agrada y en la medida en que nos agrada. Es necesario partir de la valoración como hecho psíquico; tal hecho es siempre un sentimiento, el cual lleva a su vez implícito un juicio de existencia. En toda valoración se produce un estado de placer o de dolor, basado en el juicio existencial. Aunque el valor es puramente subjetivo, mantiene, no obstante, una referencia al objeto a través del juicio existencial. Un objeto tiene valor en tanto posee la capacidad de suministrar una base efectiva a un sentimiento de valor. Posteriormente, hizo menos radical este subjetivismo: un objeto tiene valor en cuanto un sujeto tiene o debe tener algún interés por él. Meignon admite por su teoría del objeto ideal la objetividad de algo irreal, como el valor, que es independiente del sentimiento que un sujeto puede tener acerca de él. Incluso llega a afirmar la relación del valer con el ser. El valor de un objeto no puede depender de que se lo desee o apetezca: se desea lo que no se posee, pero se valora únicamente lo existente poseído. Aunque valoramos también lo inexistente, al valorarlo sólo afirmamos que si el objeto llegase a existir nos produciría un sentimiento de agrado. Por tanto, hay un valor actual que tiene presente al objeto que provoca el agrado y un valor potencial que tiene ausente ese mismo objeto. Así, pues, el valor de un objeto consiste en la capacidad para determinar el sentimiento del sujeto, exista o no exista aún tal objeto. Pero el fundamento último del valor es el sentimiento de agrado.
La postura de C. Ehrenfels es una respuesta a la de Meignon. El valor de una cosa reside exclusivamente en el deseo que despierta; por tanto, el valor se identifica con la apetibilidad. Entonces, la medida o patrón del valor es la intensidad del deseo. El valor es la relación entre el objeto y el sujeto; en virtud de tal relación conocemos que el sujeto desea efectivamente al objeto, o por lo menos que el sujeto puede desearlo en caso de que esté convencido de la noexistencia del objeto. Es decir, una cosa es valiosa no sólo cuando es capaz de producir un sentimiento de agrado, pues en ese caso serían valiosas sólo las cosas existentes. Valoramos también lo que no existe como la justicia y la bondad perfectas. Por tanto, el fundamento del valor no se encuentra en el sentimiento de placer o agrado como sostiene Meignon, sino en el apetito o deseo: las cosas son valiosas porque de no existir o de no poseerlas, las desearíamos. Cuando hay una representación fuerte y completa del ser del objeto, entonces la relación sujeto - objeto despierta en nosotros un estado sentimental más intenso que la representación de la noexistencia de ese mismo objeto. Valor es siempre la relación entre un objeto y la disposición de apetencia de un sujeto.
2.2. El subjetivismo axiológico
Se trata de la negación del carácter absoluto del valor, como independiente del sujeto. Esta postura se despliega sobre todo en Europa a partir de bajo el signo de relativismo histórico: la historia es la fuerza productiva que engendra los valores con los que se mide el significado de hombres y épocas. También G. Simmel se pronuncia en el sentido de Dilthey: el valor nunca es una entidad objetiva, pues su objetividad resulta de la correlación entre sujeto y objeto. Los valores absolutos son los que los hombres reconocen como tales en determinadas condiciones. No muy lejos de esta postura se halla el relativismo sociológico de A. Vierkandt.
También aparece esta postura como relativismo monistanaturalista en W.Ostwald. La realidad es la energía, entendida ésta como una verdadera causa y como constante ontológica que continuamente se modifica. Las realidades particulares son modos de energía, la cual es siempre constante. La energía es un valor. Esta teoría, conocida con el nombre de energetismo enseña el imperativo energético: no desperdiciar la energía libre que disminuye constantemente, sino aprovecharla. Sólo es valioso lo que contribuye a ese aprovechamiento. El máximo valor consistirá en el máximo aprovechamiento de energía.
También H. Aifinsterberg profesa el relativismo. La filosofía se basa en un acto voluntario fundamental que afirma la existencia del mundo. Este acto afirmativo es el fundamento de un sistema de valores. Los valores son el resultado de una acción libre de afirmación, pero que se establecen independientemente organizados en una jerarquía. El valor puede originarse o bien de la vida espontánea o bien de la vida consciente. En último análisis, todos los valores se resuelven en una unidad suprema: el mundo como producto de una voluntad de valores. Pero quizá las formas más radicales de subjetivismo se han dado en el ámbito anglosajón. Cuando ya parecía que el subjetivismo había sido completamente superado en el ámbito europeo, florecía en los círculos filosóficos anglosajones. Esto fue debido a que el idealismo de corte germánico de un Bradley o de un Royce jamás llegó a cuajar definitivamente. Era demasiado intensa la influencia de la tradición empirista y nominalista de Ockham, Bacon, Hume, Mill, para que el idealismo pudiera establecerse tranquilamente. Surge entonces el neopositivismo con una fuerte afirmación de pragmatismo. R. B. Perry, Wittgenstein, R. Camap, A. Ayer y B. Russell encabezarán este movimiento.
R. B. Perry rechazó acertadamente la tesis idealista, pero sostuvo la teoría extrema del subjetivismo axiológico: el fundamento del valor es el sujeto que valora. Hay una relación estrecha entre el valor y el interés, de modo que un objeto adquiere valor cuando se le presta interés. Los objetos, dice, no tienen previamente una determinada cualidad para ser valiosos; ni tampoco existen únicamente intereses especiales que confieran valor al objeto: cualquier interés otorga valor al objeto. Se puede establecer la siguiente ecuación: x es valioso=se ha tomado interés en x. El interés expresa una actitud compleja de todo ser vivo de estar a favor o en contra de ciertas cosas. Interés es el deseo, el agrado, la voluntad, el propósito, la aversión, etc. Por tanto, son marginadas en esta teoría las cualidades del objeto que despiertan en nosotros el agrado o el desagrado. El silencio del desierto carece de valor hasta el momento que algún viajero lo encuentra desolado y aterrador; lo mismo sucede con la catarata hasta que una sensibilidad humana la encuentra sublime.